“Los yines, se dice, son descendientes de Tsla. Él nació de una mujer y un jaguar. Él fue el primer yine”. Rittma Urquía, profesora, intérprete y autora del primer diccionario enciclopédico virtual yine, explica el origen de su pueblo como si narrrara un cuento.
Esta noche de invierno en la selva, ella camina por la amplia avenida central de la comunidad de Miaría, uno de los 18 centros poblados ubicados a las riberas del río Bajo Urubamba, en la provincia de La Convención, en el departamento del Cusco, mientras recuerda el surgimiento de sus ancestros.
Sus pasos son firmes a pesar de que solo lleva sandalias, y su menuda figura se pierde por momentos en la espesa oscuridad. Rittma atraviesa la maleza sin temor a nada. En la casa familiar, la esperan su padre, Daniel Urquía, junto a su madre, Raquel Sebastián, sus hermanas y sus sobrinas para pelar maní y contar, con las estrellas de fondo, la historia del gran Tsla: un héroe tan misterioso como poderoso cuyo relato ha sido reinterpretado por la escritora Teresina Muñoz-Najar para El Libro de Nuestra Selva, de Pluspetrol. Mira aquí el proyecto.
El pueblo yine es uno de los 51 pueblos de la Amazonía y se ha distinguido por darle un rol preponderante a la mujer y sus habilidades como navegantes. Además, son portadores de una tradición oral que se ha tejido por más de cuatro mil años y que ahora, en esta noche clara, muestra la sabiduría que conserva con las voces de la familia Urquía-Sebastián.
Revitalización de la lengua en la adversidad
Pese a las limitaciones para tener una educación adecuada, los cuentos narrados en su propia lengua pueden ser vehículos de aprendizaje y revitalización para los habitantes de la Amazonía. En el Bajo Urubamba siempre han defendido su tradición oral.
Los orígenes
Por estudios arqueológicos sabemos que los pueblos yine y matsigenka habitaron la zona del río Camisea (Cusco) desde hace aproximadamente 1.500 años. Las vasijas y utensilios de textilería hallados revelan el dominio de técnicas artesanales. También se encontraron cushmas, lo cual demuestra que eran expertos en el telar.
El primer encuentro
Tras la conquista del Tahuantinsuyo, los españoles, siguiendo el liderazgo de Gonzalo Pizarro, emprendieron distintas expediciones rumbo a la Amazonía en busca de la canela, una de las especies más codiciadas de aquella época.
Las misiones
A mediados del siglo XVII, las compañías religiosas ingresaron a la selva para evangelizar y estudiar a los nuevos pueblos a través de la religión. Las primeras órdenes en llegar a la provincia de La Concepción (Cusco) fueron los franciscanos y jesuitas.
La llegada del Instituto Lingüístico de Verano
Con la aparición del Instituto Lingüístico de Verano (ILV) en nuestro país en 1945, comenzó la creación de escuelas bilingües en toda la Amazonía. Este organismo mundial misionero se encargó de estudiar 70 lenguas del Perú, publicando 3.000 títulos, de los cuales 1.770 están en lenguas originarias.
Reconocidos por el Estado
En 1974, en el marco de la reforma agraria del gobierno de Velasco Alvarado, se promulgó la Ley de Comunidades Nativas y de Promoción Agropecuaria de las Regiones de Selva y Ceja de Selva. Por primera vez, se reconocía la consolidación de pueblos indígenas en comunidades nativas y se garantizaba su titularidad sobre su territorio.
Lenguas originarias
En el 2011, se promulga desde el Congreso de la Republica la Ley de Lenguas Originarias que regula su uso y preservación, dentro de ellas el yine y matsigenka.
La revitalización de una identidad
La idea de un futuro mejor y desarrollo con identidad está presente en ambos pueblos. Este año, gracias al apoyo de Pluspetrol, las lenguas yine y matsigenka llegaron a la portada de la edición impresa del diario Perú21. La empresa trabaja de la mano con las comunidades cercanas a su zona de influencia para revitalizar sus lenguas.
Revitalización de la lengua en la adversidad
Pese a las limitaciones para tener una educación adecuada, los cuentos narrados en su propia lengua pueden ser vehículos de aprendizaje y revitalización para los habitantes de la Amazonía. En el Bajo Urubamba siempre han defendido su tradición oral.
Los orígenes
Por estudios arqueológicos sabemos que los pueblos yine y matsigenka habitaron la zona del río Camisea (Cusco) desde hace aproximadamente 1.500 años. Las vasijas y utensilios de textilería hallados revelan el dominio de técnicas artesanales. También se encontraron cushmas, lo cual demuestra que eran expertos en el telar.
El primer encuentro
Tras la conquista del Tahuantinsuyo, los españoles, siguiendo el liderazgo de Gonzalo Pizarro, emprendieron distintas expediciones rumbo a la Amazonía en busca de la canela, una de las especies más codiciadas de aquella época.
Las misiones
A mediados del siglo XVII, las compañías religiosas ingresaron a la selva para evangelizar y estudiar a los nuevos pueblos a través de la religión. Las primeras órdenes en llegar a la provincia de La Concepción (Cusco) fueron los franciscanos y jesuitas.
La llegada del Instituto Lingüístico de Verano
Con la aparición del Instituto Lingüístico de Verano (ILV) en nuestro país en 1945, comenzó la creación de escuelas bilingües en toda la Amazonía. Este organismo mundial misionero se encargó de estudiar 70 lenguas del Perú, publicando 3.000 títulos, de los cuales 1.770 están en lenguas originarias.
Reconocidos por el Estado
En 1974, en el marco de la reforma agraria del gobierno de Velasco Alvarado, se promulgó la Ley de Comunidades Nativas y de Promoción Agropecuaria de las Regiones de Selva y Ceja de Selva. Por primera vez, se reconocía la consolidación de pueblos indígenas en comunidades nativas y se garantizaba su titularidad sobre su territorio.
Lenguas originarias
En el 2011, se promulga desde el Congreso de la Republica la Ley de Lenguas Originarias que regula su uso y preservación, dentro de ellas el yine y matsigenka.
La revitalización de una identidad
La idea de un futuro mejor y desarrollo con identidad está presente en ambos pueblos. Este año, gracias al apoyo de Pluspetrol, las lenguas yine y matsigenka llegaron a la portada de la edición impresa del diario Perú21. La empresa trabaja de la mano con las comunidades cercanas a su zona de influencia para revitalizar sus lenguas.
Revitalización de la lengua en la adversidad
Pese a las limitaciones para tener una educación adecuada, los cuentos narrados en su propia lengua pueden ser vehículos de aprendizaje y revitalización para los habitantes de la Amazonía. En el Bajo Urubamba siempre han defendido su tradición oral.
La escena es cálida, cotidiana, las risas de la familia invaden alegremente la tranquila oscuridad de Miaría. Rittma y su hermana sueltan carcajadas que se mezclan con el crujir de las cáscaras de maní que van pelando, mientras su madre achina los ojos con la historia que se han sentado a oír. Daniel, de pronto, se desvía del cuento original de Tsla para confundirlo con el recuerdo de cómo conoció a su esposa. El enredo ha causado la risa de Rittma y de su hermana, quienes ahora murmuran cómplices, en yine.
– A veces lo usamos (el yine) como secreto, para que ustedes no entiendan – dice Rittma, entre risas, llevando a su boca algunas semillas de maní que tiene en la mano. Al parecer, su papá también se ha confundido en el relato de su historia familiar.
Sin importar el desvío, Rittma sonríe al escuchar, una vez más, a su padre narrar las historias en su lengua materna como lo hacía cuando ella era pequeña. El balde de maní que ha ido llenando la familia ya casi rebalsa y la historia de Daniel va llegando a su fin. En Miaría, la noche acaba apaciblemente entre anécdotas, seres mágicos y leyendas sobre tigres que solían hablar con humanos.
El sentir de la selva
Hombres son y mujeres los que alumbran mis ojos y mi voz está con ellos como el aire en que viven.
Poema: Héroe del Pueblo Wáshintong Delgado (1927 – 2003)
“La oralidad es su fortaleza”, dice Nila Vigil —lingüista y especialista en Educación Intercultural Bilingüe— al referirse al valor de los relatos que han construido los pueblos de la Amazonía a lo largo de su historia para explicar su origen y su modo de vivir. Rittma —al igual que los otros 2.680 hablantes de yine en el Perú— aprendió desde pequeña, por sus padres y sus abuelos, que los saberes de su cultura están depositados en su relación con el territorio, con la lengua y con los cuentos que escuchaba. Supo así que sus cantos —los ícaros— tienen la capacidad de enamorar, sanar o dañar. Y que el arte del hilado, un don que según la cosmovisión de este pueblo les fue entregado a las mujeres por shawmkalo, una araña, no solo le serviría para vestir, sino para plasmar con hilos su identidad y su interpretación del mundo.
Además de asentarse en Cusco, Ucayali y Madre de Dios, en Perú, los yines se extienden hasta territorios de Bolivia y Brasil, donde son conocidos como manchineri. Es un pueblo que, según Alejandro Bisso, investigador con más de 40 años de trabajo en comunidades amazónicas, se ha caracterizado por su capacidad de adaptación, su pericia para moverse a través del eje del Bajo Urubamba, y el amor a su lengua, conocida como yineru tokanu (la palabra de la gente yine).
Ese amor es el mismo que sienten los matsigenkas por su lengua. Ambos pueblos comparten la familia etnolingüística arawak y han habitado, desde tiempos prehispánicos, la cuenca del Bajo Urubamba —desde del Pongo de Mainique, cañón sagrado que divide a la selva cusqueña en dos, hasta el distrito de Sepahua, en Ucayali—. Se cuenta incluso que lograron intercambiar plumas, cerámicas y pieles con las grandes culturas andinas. Hoy recorren la cuenca del Bajo Urubamba y sus afluentes, y trabajan en conjunto con la empresa Pluspetrol para preservar su lengua.
Angel Díaz, un profesor matsigenka que tuvo que migrar a Lima por más de 20 años y que hoy vive en la comunidad de Nuevo Mundo, tiene vivos los recuerdos de su niñez. Cuando con cantos de chamanes a la luz de la luna, su padre le contaba historias sobre seres mágicos que había oído de su abuelo.
Ahora, Angel sigue el ciclo. Les cuenta a sus nietos las historias del monte, de Tasorintsi, el creador matsigenka, del curso del meshiari, ese río celestial que se lleva a las almas de este mundo, y de cómo se adentraba en lo espeso de la vegetación de madrugada junto a su padre para cazar perdices. Les explica también que la planta medicinal Mati, que crece en su jardín, puede cauterizar sus heridas si saben bien cómo raspar sus tallos.
Para los matsigenka, la vida y el lenguaje hablado tienen un mismo nombre: niagantsi. En el libro “Noches, cosmos. Claroscuros entre los matsigenka”, el antropólogo Esteban Arias, recopiló las narraciones de los matsigenkas en las comunidades en la cuenca del río Picha y encontró que esta tradición oral es una red de conocimientos tejidos sin un tiempo, inicio o final definido. Pero que llevan en ella la cosmovisión, la historia y la explicación de la relación profunda entre la naturaleza y estos pueblos.
Estos cuentos, hoy en día, son el nexo entre las manifestaciones culturales tradicionales de las comunidades y el desarrollo educativo de las nuevas generaciones. Las narraciones se han convertido en herramientas fundamentales dentro de la Educación Intercultural Bilingüe (EBI) para conservar la oralidad de estos pueblos e incentivar a los niños a descubrir a los referentes de su historia.
Shwamkalo, la araña tejedora
CUENTO COMUNIDAD YINE
Yo era una araña tejedora yine, pequeña, laboriosa, capaz de fabricar ropa hermosísima y… ¡toda de algodón!
Vivía entre los algodonales de Miaría y tejía mi tela, que es mi casa, entre unas flores blancas como las nubes que nunca dejaban de crecer. Era una malla redonda, gruesa y resistente donde podía echarme y hasta saltar cada vez que quería.
Solía mudarme con frecuencia, de un extremo al otro de la chacra. Allí donde llegaba, tejía mi tela entre esas flores blancas que nunca dejaban de crecer.
Más lejos, siguiendo por el sendero, vivía una señora con su esposo y sus hijos. La pobre no sabía tejer y lo único que hacía era lamentarse porque no podía vestir a sus niños con ropa bonita.
Cada vez que cosechaba el algodón, lo despepitaba y así no más, sin hilarlo ni tejerlo, lo chancaba un poquito y le daba la forma de una cushma que, con el transcurrir de los días, se deshacía y se volaba con el viento.
La mujer solía pasear por los algodonales y mirarme. Me miraba con atención mientras yo tejía mi casa o tejía ropa, como queriendo aprender o imitarme… pero no me decía nada.
Y así pasaban los días y ella continuaba siguiéndome por todos lados, mirando y mirando cómo tejía. Hasta que un día tomó valor y me dijo: “Por favor, Shwamkalo -que es mi nombre de araña-, ¡enséñame a tejer!”.
Para fabricar mi tela, que es mi casa, el algodón salía de mi ombligo. Pero otras veces, cuando me convertía en mujer, amarraba un lado del telar a mi cintura y el otro a un árbol y tejía toda clase de prendas. ¡Me encantaba hacer cushmas y más cushmas!
Los palos del telar son casi mágicos, pues mientras yo cruzaba los hilos, el tejido tomaba forma con los diseños que yo quería que tuviera, que son los hermosísimos diseños de los yine.
A las mujeres yo les hacía una cushma de líneas que representan a las aves o serpientes y a los hombres, el diseño de la huella del otorongo, para que sean valientes. El diseño de una tortuga era para las chicas jóvenes, a fin de que no sean muy andariegas, y el de una mariposa para que todos estén muy alegres.
Hay algodón que crece en Miaría que es blanco como las nubes, pero también hay uno de color chocolate, como el río cuando está cargado, y otro marrón clarito, como el río cuando está más tranquilo…
Además, yo podía teñirlo de otros colores con plantas que crecen en la selva. Por ejemplo, si quería que mi algodón fuera medio rojo le echaba achiote, que son las semillas de un árbol del mismo nombre.
Si quería que fuese negro como el gallinazo, le echaba jugo de huito o una raíz llamada tlipi, más un poquito de greda negra. Y si quería que fuese anaranjado, hacía hervir en agua una hierba que se llama potsotalo y ahí remojaba el algodón.
Lo más increíble de todo es que al mismo tiempo que yo tejía, cientos de avecillas volaban, cantaban y gritaban alrededor: los guacamayos, los alcaldes, los paucar. Todos bellos y emplumados, alegraban mis días y mis tejidos.
Mientras yo hacía todas estas cosas, la señora que vivía más lejos, siguiendo por el sendero, continuaba quejándose y lamentándose porque no podía vestir a sus niños con ropa bonita. Tenía un montón de algodón en su casa, pero no sabía qué hacer con él.
Mientras yo hacía todas estas cosas, la señora que vivía más lejos, siguiendo por el sendero, continuaba quejándose y lamentándose porque no podía vestir a sus niños con ropa bonita. Tenía un montón de algodón en su casa, pero no sabía qué hacer con él.
Fue entonces que yo, Shwamkalo, decidí aparecerme en su casa convertida en mujer. Ese día ella estaba sola con sus hijos pues su esposo se había ido al monte, a cazar. Entonces usé mi nombre de mujer que es Kamownero y le dije: “Soy Kamownero, ¿en qué te puedo ayudar?”.
La mujer, llorando ríos y ríos de lágrimas, me contó su gran desgracia: ¡no sabía tejer! Me dio mucha lástima, así que la consolé diciéndole: “Yo te voy a ayudar, te voy a dar un amuleto secreto con el que tendrás toda la ropa que quieras sin mover un solo dedo”.
Le pedí que trajera unas hojas de palmera y que fabricara un cesto grande y hondo. Le ordené que pusiera en él todo el algodón que había almacenado en su maloka. Ella me obedeció. Una vez que el cesto estuvo listo, le entregué el amuleto secreto y le dije lo siguiente:
“Apenas yo me vaya vas a colgar la canasta en la parte más alta de la casa y vas a tirar el amuleto secreto encima del algodón. Dentro de tres días, cuando veas que la canasta se comienza a mover, la descuelgas y verás la ropa tan linda que hay adentro. Pero, eso sí, ¡no le digas nada a nadie o el amuleto desaparecerá para siempre!”
“¡Adiós Kamownero, gracias!”, se despidió de mí la mujer. Y yo me fui caminando hacia mis algodonales mientras, nuevamente, me convertía en araña.
Y así pasó el tiempo y la mujer, sin mover un dedo, no dejaba de estrenar ropa nueva cada tres días. Bellas cushmas su esposo, primorosas ropitas sus hijos, bellísimas faldas ella… Sus vecinas, intrigadas, se dieron cuenta del cambio y se decían: “¿Cómo aprendió a tejer tan rápido? ¿Quién le habrá enseñado?”. Luego, el pueblo entero comentaba lo mismo.
Hasta que un día no aguantaron más y fueron hasta su casa a preguntarle: “¿Quién te ha enseñado a tejer?”. “Yo solita, nadie me ayuda. Practico un poco cada noche y voy aprendiendo”, respondió ella. Pero nadie le creyó.
Así que después de unas semanas, muertos todos de curiosidad, tramaron un plan para hacerle decir la verdad. “Preparemos masato y démosle de beber. Solo así haremos que hable”.
¡Manos a la obra! Prepararon el masato con yuca, maíz germinado y camote, esperaron a que fermentaran y se lo dieron de beber. A más días que el masato reposa, más se fermenta y más alcohólico es. Por eso, cuando la mujer y su esposo lo probaron, rápidamente se marearon y no pudieron controlar lo que decían.
Como soy una araña tejedora pequeña, que además se puede convertir en mujer, todos esos días me mantuve cerca de la señora que no sabía tejer. Quería asegurarme que no revelara nuestro secreto, que se mantuviera callada. Pero el masato la hizo hablar.
Recuerdo que yo me prendí de su brazo, que se lo jalaba y que le decía al oído: “No digas nada, no menciones el amuleto, no lo hagas… por favor no hables…”, pero ella habló. Les contó a todos de mí y del amuleto secreto.
Terminó la noche y nadie quedó satisfecho. Ni los del pueblo, que no ganaron nada sabiendo lo que había pasado; ni la mujer que no sabía tejer, que perdió todo por no saber guardar una confidencia.
A partir de entonces, yo me enojé tanto que cuando la mujer puso el amuleto secreto adentro de la cesta de palma, esta ya no se movió. Nunca más… se acabó la magia. “Esto te pasó por desobediente -le dije-; de ahora en adelante, empezarás a hilar y a tejer tus propios vestidos a mano y con el telar de cintura”, y eso hizo.
Esa es, finalmente, la parte buena de esta leyenda. Gracias a la mujer que no sabía tejer y a mí, la araña que la ayudó, las mujeres del pueblo yine son las más increíbles tejedoras de la Amazonía.
Fin.
LA VIDA DE LAS LENGUAS
Rescatar los relatos yine y matsigenka es un paso crucial en la revitalización de sus lenguas originarias. Por ello, la empresa Pluspetrol, junto a las comunidades de Miaría y Nuevo Mundo, trabajaron en la campaña Lenguas Legendarias y El Libro de Nuestra Selva. El objetivo: recuperar y revitalizar las lenguas originarias de estos pueblos recopilando cuatro cuentos tradicionales en sus lenguas maternas, traduciéndolos al español y llevándolos al impreso en libros ilustrados que más de 2.000 niños de estas comunidades recibieron. Además, estas narraciones se llevaron a una plataforma digital de libre acceso que la compañía esta relanzando este mes para ayudar a continuar con la educación de estas comunidades durante el periodo de aislamiento social decretado por el Estado ante el avance del coronavirus.
“Los pueblos que persisten son aquellos que mantienen su lengua, su cultura y su vitalidad en sí”, señala Agustín Panizo, lingüista y exdirector de Lenguas Indígenas del Ministerio de Cultura. Para él, las lenguas originarias son derechos fundamentales y vitales que fortalecen a los pueblos indígenas y a los 4,3 millones de peruanos que nacieron con una de las 48 lenguas diferentes al español, según el último Censo Nacional 2017 del INEI. De estas, Panizo indica que 3 de ellas están en peligro de desaparecer y 18 en serio peligro de desaparecer.
Rittma Urquía conoce bien esta realidad por eso decidió participar como narradora principal en la iniciativa promovida por Pluspetrol. Desde hace ocho, ella trabaja incansablemente en la producción de textos académicos —tres de ellos registrados en la Biblioteca Nacional— sobre su pueblo y en la elaboración de recursos educativos bilingües para evitar que su lengua se vea amenazada con desaparecer. Material que, en este nuevo contexto, se ha convertido en un soporte para la identidad cultural de su pueblo en momentos adversos.
Comunidad Yine
Son tiempos de retos en el Bajo Urubamba. Desde el anuncio de la cuarentena a nivel nacional se han detectado 8.632 casos de coronavirus en las comunidades amazónicas, 18 de ellos pertenecientes al pueblo yine, según el Centro Amazónico de Antropología y Aplicación Práctica (CAAP). Ante este panorama, el Ministerio de Cultura, el Ministerio de Salud y Pluspetrol, han sumado esfuerzos para llevar información en lenguas nativas sobre prevención ante la COVID-19, llegando a 21 comunidades nativas de la red Camisea.
El avance de la pandemia ha encontrado a los habitantes de estas comunidades en el camino de preservar su cultura. En Nuevo Mundo, Yenni Díaz, hija de Angel Díaz, impulsa la asociación de artesanas ‘Maviki’, quienes reciben capacitaciones y asesoramiento de la empresa Camisea. En Miaría, Elvin Laureano, dirigente comunal, aún practica la pesca tradicional para transmitir conocimientos a sus hijos. Teresa Sebastián, maestra tejedora yine, enseña su arte de las mujeres y a sus descendientes. Mientras que Rittma Urquía y Angel Díaz participan en acciones como la campaña Lenguas Legendarias para revitalizar el yine y el matsigenka.
Para estos pueblos, la presencia del coronavirus dentro de sus comunidades no solo representa un grave peligro a su salud, sino que también es una amenaza en la preservación de sus culturas. La población más vulnerable ante esta enfermedad son los adultos mayores, los sabios —seripigari para los matsigenkas—, considerados los últimos guardianes de los saberes antiguos en cada pueblo. Personas como Angel Diaz que, con más de 60 años, conserva en su memoria el arte de conocer y conversar con las plantas medicinales que crecen en su jardín. Una habilidad que heredó de su abuelo y que, ahora, ansía dejar a sus nietos o a cualquiera que se muestre interesado en aprender sobre su lengua y su pueblo con una sonrisa para no dejar que esa sabiduría desaparezca en el tiempo.
Para tener información sobre medidas de prevención e información acerca del coronavirus en lenguas originarias, ingresa aquí.
Fuente: El Comercio